A pesar de todas las limitaciones que pudieran tener en cuanto a conocimientos científicos y a barreras morales, los ginecólogos del siglo XIX realizaban verdaderas hazañas quirúrgicas, como ya indicamos anteriormente. Para realizarlas contaban con una serie de instrumentos médicos, algunos de los cuales son totalmente reconocibles hoy en día y otros completamente impensables. Es imposible tratar de enumerarlos todos, entre otras razones porque muchos médicos adaptaban instrumental existente buscando una mayor comodidad o eficiencia en el manejo, así que iremos repasando los más empleados en la práctica tocoginecológica de la época.
Espéculo de Segalas (Pierre Solomon Ségalas d'Etchépare, 1792 – 1875). Colección Historicomédica, Universidad de Valencia.
El espéculo, en pleno auge a finales del XIX, no faltaba en el maletín de ningún ginecólogo que se preciara, aunque no siempre se usara con regularidad por las convenciones morales a las que aludimos en el post anterior. Se trata, como podemos ver, de un tubo metálico que se introducía en la vagina con el fin de poder observar el cuello del útero. Nada que ver desde luego con los actuales espéculos de plástico, estériles y desechables para garantizar la asepsia. De hecho, el término “asepsia” no comenzó a utilizarse hasta finales de siglo cuando Joseph Lister , aplicando los recientes descubrimientos de Pasteur propone el origen bacteriano en la infección de las heridas, comienza a esterilizar el instrumental mediante la aplicación de calor, consiguiendo reducir considerablemente el número de fallecimientos por infección quirúrgica.
En España estos métodos se introducirán lentamente y con no pocas dificultades debido a “la resistencia pasiva, pero enérgica, de las costumbres adquiridas, de la pereza y de la tradición”, según contaba Salvador Cardenal en su Manual práctico de cirugía antiséptica, 1894. Así que mientras tanto, la mayoría de los médicos ni siquiera se lavaban las manos antes de reconocer a la paciente.
La verdad es que, tras conocer estos datos y viendo el aspecto de la mayoría del instrumental, no sabría decir si el temor que mostraban las pobres mujeres del XIX a ser tratadas y reconocidas con estos gadgets era una cuestión puramente moral.
Fórceps de Naegele (Franz Karl Naegele, 1778-1851). Colección Historicomédica, Universidad de Valencia.
Los fórceps se usaban, antes igual que ahora, para facilitar la salida de la cabeza del bebé por el canal de parto cuando surgían determinadas complicaciones. En el siglo XIX, los médicos solían usarlo cuando consideraban que la pelvis de la paciente no era lo suficientemente ancha como para que el niño naciera por sus propios medios. Y a pesar de que podía resultar providencial en ciertas ocasiones, no era bienvenido por las parturientas debido a las lesiones que podían causar, tanto en los tejidos internos de las madres como en las frágiles cabecitas de los bebés. Por eso Campá, reconocido catedrático de obstetricia en Valencia, recomendaba en 1885 en su Tratado completo de Obstetricia, que no se le dijera nada a la paciente que se iba a intervenir, para no asustarla:
“(...)los preparativos los hará el profesor fuera del aposento en que deba operar o por lo menos fuera del alcance de la vista de la enferma, y al acercarse a la cama debe llevar las ramas del fórceps desarmado escondidas dentro de la manga de su traje. Luego las saca con disimulo y las coloca entre los colchones de la cama al alcance de su mano y de manera que cada rama corresponda frente a la mano que deba manejarla”.
Cuando las cosas no iban bien
En ocasiones –demasiadas, pensaríamos ahora— los partos se complicaban, produciéndose el fallecimiento del bebé o de la madre o en algunas desgraciadas ocasiones, de los dos. En estos casos, los médicos se esforzaban por salvar la vida del que aún quedaba vivo, empleándose diferentes procedimientos según el caso.
Ilustración de paciente con cesárea. 1822. Biblioteca nacional de Medicina de los Estados Unidos.
La cesárea se empleaba la mayoría de las veces para salvar al feto en el caso de que la madre hubiera fallecido o estuviera moribunda. Incluso si la madre estaba viva, la mortandad de la intervención a mediados del siglo XIX era del 75%, por lo que solía ser casi siempre un recurso dramático. Los cirujanos de la época no consideraban adecuada la sutura del útero, cosiendo únicamente el abdomen, por lo que las madres fallecían irremisiblemente por las hemorragias. No fue hasta 1882 cuando el ginecólogo alemán Max Sänger practicó la primera cesárea seguida del cierre del útero suturando la herida con hilo de plata y seda.
Basiotribo de Tarnier (Stéphane Tarnier, 1828–1897) con tuerca reguladora. Colección Historicomédica, Universidad de Valencia.
Cuando en el parto se comprobaba que el feto había fallecido, se utilizaba el basiotribo, probablemente uno de los instrumentos más macabros utilizados en la práctica de la medicina. El basiotribo se utilizaba para facilitar la extracción del feto fallecido en el interior de la madre. Se componía de tres ramas articulables: una rama media (perforador) destinada a perforar el cráneo del feto, y dos ramas en forma de fórceps, reunidas por un tornillo, cuya misión era aplastar la bóveda y la base del cráneo del feto, de forma que disminuyera su volumen y saliera más fácilmente por el canal del parto.
Perforador de Naegele (arriba) y perforador de Smellie (abajo). Colección Historicomédica, Universidad de Valencia.
El mismo fin perseguían los perforadores, que eran instrumentos con los que perforar el cráneo del feto y así reducir su volumen para su posterior extracción. Con respecto a estos encantadores instrumentos, los cuales, recordemos, debían usarse cuando el feto había fallecido, el doctor J. Pou Orfila recogió, allá por el 1900, las lecciones clínicas del profesor Ernst Bumm de Berlin, en las que el insigne profesor les daba a sus alumnos el siguiente asombroso consejo:
Para los casos en que en la práctica privada se ve el médico obligado á hacer la perforación en un feto vivo, es prudente colocar ante la mesa de operación un balde con agua, para sumergir el feto inmediatamente después de la extracción, á fin de no dar lugar á que se vea un feto perforado que se mueve todavía.
Aterrador, ¿verdad?
Afortunadamente estos últimos instrumentos ya son parte del pasado y sólo se pueden encontrar en algún estante de los museos de medicina.
Hoy en día la mortalidad perinatal es insignificante en comparación a la del siglo XIX, gracias a la asepsia que acompañan hoy por hoy cualquier intervención quirúrgica, y a los mayores medios y conocimientos con los que cuentan nuestros médicos en la actualidad.
Yo, por mi parte, como mujer y madre doy gracias por haber nacido en mi época y no cien años atrás.
FUENTES:
Yo, por mi parte, como mujer y madre doy gracias por haber nacido en mi época y no cien años atrás.
FUENTES:
Fresquet Febrer, José L. La constitución de las especialidades médico quirúrgicas: Tocoginecología. [en línea] [Valencia] Instituto de Historia de la Medicina y de la Ciencia López Piñero (Universitat de València - CSIC) <http://hicido.uv.es/Expo_medicina/Cirugia/tocoginecologia.html>
J. Pou Orfila,"Lecciones Clínicas del profesor Bumm de Berlín, recogidas por el doctor J. Pou Orfila", en Evolución, Oficina Internacional Universitaria Americana, Montevideo, Tomo IV, núm. 4, agosto de 1912, p. 24<http://www.periodicas.edu.uy/Evolucion/pdfs/Evolucion_06_t06_n04_agosto_1912.pdf>





4 comentarios:
Hemos avanzado, sin duda. Pero hoy en día se sigue pecando de un exceso de intervencionismo en la atención al parto.
Se sigue considerando el parto como una cuestión médica, de riesgo, en lugar de entenderlo como el procesio fisiológico normal que es.
Aún hoy, los protocolos médicos incluyen el uso sistemático de una serie de prácticas cuya escasa eficacia y alto grado de riesgo para madre e hijo está comprobado en numerosos estúdios científicos. Me estoy refiriendo a prácticas como la aplicación de oxitocina sintética, anestesia epidural, inmovilización de la mujer, episiotomía, forceps, separacion de madre y bebé tras el parto, y un largo etcétera que se aplica de forma rutinaria sin respetar el derecho de los padres a decidir cómo quieren vivr el parto.
Durante todo el proceso de parto, las mujeres necesitan un entorno íntimo y apacible, así como estar acompañadas por las personas de mayor confianza. El personal que le atienda debe saber ayudar en lo que se le necesite de forma discreta, respetando los tiempos de la mujer y transmitiéndole seguridad y confianza. En estas circunstancias, una mujer se siente segura de sí misma y de su capacidad para dar a luz, permitiéndole conectar con su parte más instintiva y vivir una experiencia plena y reconfortante.
Estimado Anónimo
Creo no equivocarme si digo que hoy en día cada mujer puede decidir el grado de intervencionismo que desea tener en su parto; ese es el gran avance que hemos conseguido.
A ninguna mujer le aplican anestesia epidural si no la ha solicitado antes, a ninguna mujer se la obliga a realizar un parto programado si no lo desea, y hay multitud de recursos, información y asociaciones para ayudarte a realizar un parto natural en casa si así lo deseas.
Yo di a luz en un hospital público y nadie me separó de mi hija por las noches; esa es más bien una práctica de algunos hospitales privados encaminados a que descanse la madre, siendo la madre precisamente la que ha elegido ese hospital.
Efectivamente, los padres (especialmente la madre) son los que deciden cómo vivir el parto, y hoy en día tienen medios de sobra para hacerlos con la seguridad de que, si algo va mal, podrá acudir a un centro médico sin la sombra de una muerte casi segura tras ellos.
Disculpa pero el grado de intervencionismo no lo decide la madre, sino se aplica a discreción de los médicos.
Coincido con Anónimo sobre que muchas de esas "prácticas" se realizan "de rutina" y en verdad existen muchas limitantes institucionales (públicas y privadas) para que las mujeres tengan libertad de elección. Me parece que nos vendieron esta ilusión.
Por otra parte, considero que la reducción de mortalidad materna no depende sólo de los conocimientos médicos y la asepsia quirúrgica, sino de muchos otros factores como son una alimentación adecuada, higiene en general y las condiciones de vida de las mujeres, en términos sociales, culturales, políticos y económicos. El ejemplo más contundente es Holanda, país en el que el 90% de los partos se dan en casa, atendidos por parteras, y que tiene uno de los más altos niveles de vida a nivel mundial.
Además, las intervenciones quirúrgicas como episiotomías y cesáreas, sólo deberían ser necesarias en ciertos casos específicos.
Es interesante que el artículo es parte de la tendencia actual a considerar el parto más como un acontecimiento médico (muchas mujeres delegan todo su poder al médico, que es quien tiene que asumir toda la responsabilidad), que como un proceso fisiológico de la capacidad femenina de dar la vida.
Por último, cabe resaltar que la obstetricia médica desde los inicios de su ejercicio formal, siempre estuvo en función de la PATOLOGÍA, es decir, de "resolver problemas del parto" por ello es vano pretender que la perspectiva médica potencie que "una mujer se siente segura de sí misma y de su capacidad para dar a luz, permitiéndole conectar con su parte más instintiva y vivir una experiencia plena y reconfortante."
En esa tarea de infundir confianza y conexión instintiva de la mujer con su cuerpo, la intervención médica es inoperante, sinplemente porque no ha sido su función histórica!!!; ahí el papel de las comadronas profesionales y sensibilizadas, y de la familia, resultan fundamentales.
Saludos!!!
Estimado anónimo,
Este blog no trata sobre la medicina, ni sobre curiosidades médicas de ningún tipo. Es un blog personal, como indico en la primera entrada, para averiguar más datos en torno a unos antepasados que vivieron en Valladolid a finales del siglo XIX, uno de los cuales era médico "de mujeres y niños", como se decía entonces. Este artículo no trata sobre el parto, sino sobre el instrumental concreto que pudo haber utilizado mi tatarabuelo Félix al ejercer su profesión. Son datos fríos y concretos, en ningún momento se hace ninguna interpretación ni se sigue ninguna tendencia de opinión actual en este sentido; máxime cuando este artículo se publicó hace ya tres años.
Confieso, si es cierto, haber cometido la torpeza de contestar un comentario dando mi opinión basada en mis vivencias personales y en la de mujeres cercanas a mí, error que no pienso volver a cometer en el futuro.
En resumen, en este blog voy exponiendo el resultado de las pesquisas que voy realizando sobre distintos aspectos de la vida de una familia burguesa en Valladolid de finales de siglo XIX. Nada más.
Un saludo.
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