La calle de las Damas

1 de enero de 2010


El día 27 de noviembre de 1874, viernes, en la sección de gacetillas de El norte de Castilla, diario de Valladolid, se leía la siguiente nota:


Ayer se celebró en nuestra capital el enlace de la conocida y bella señorita doña Pompeya Chamorro, con el Licenciado en Medicina y Cirujía señor Molinero.
Les deseamos una duradera luna de miel.


Cientos de veces he tratado de imaginar cómo serían en aquel momento.  A él le imagino muy delgado, casi enjuto, de largas y delicadas manos de piel clara. Tendría el cabello oscuro, pulcramente peinado tratando de que no se desbocaran los negros rizos en los que terminaba su abundante cabello.  Dos ojos azules brillarían en su rostro como dos ascuas ardientes, símbolo de inteligencia y orgullo por haber conseguido, a base de mucho estudio y esfuerzo, abrir las puertas hacia un futuro prometedor como médico. Mucho tenía que ver en ello su padre, don  Manuel, de origen humildísimo, quien había trabajado toda su vida para poder darles a sus hijos unos estudios con los que poder labrarse un porvenir. Y en medio de su rostro, como perfecta rúbrica final, un hermoso y espeso mostacho decimonónico haría su figura si cabe más varonil,  dándole  cierto  aire de dignidad y respeto y ayudándole de paso a disimular la inexperiencia de sus escasos veintitrés años.

Ella, Pompeya, la bella y conocida señorita Pompeya, criada en la cuna de la alta sociedad vallisoletana, llevaría sin duda un hermoso vestido de mangas abullonadas de rica tela brocada. Sobre el abultado pecho, libre de las decenas de ballenas del corsé que ajustaba tortuosamente su figura, reposaría un camafeo de plata.  Sus sedosos cabellos irían primorosamente  trenzados aquí y allá, asomando de cuando en cuando flores de cabeza plateada entre tirabuzones y bucles. Y en las reuniones sociales mostraría  una sonrisa de satisfacción no exenta de malicia al presumir ante sus amigas, taza de té en mano,  por haber conseguido cazar a tan guapo y prometedor médico  como marido. Las amigas la felicitarían con envidia mal disimulada y su padre mismo, agente de negocios de fino olfato, felicitaría a su hija por su buen criterio. Y así, la orgullosa recién casada Pompeya, pasearía su sinuosa figura por su nueva casa de la calle de las Damas, sintiéndose dueña y señora de aquella casa a medio habitar.

Juntos Félix y Pompeya, comenzaron su vida en común en el número cuatro de la calle de las Damas –actualmente Leopoldo Cano—cargados de deseos y ambiciones, dispuestos a combatir cualquier altercado que el destino dispusiera en su camino.

No creo que pudieran imaginar todo lo que tendrían que vivir en sus veintisiete años de matrimonio. Ni lo que vivirían sus hijos, ni los hijos de sus hijos. Y por supuesto, jamás se les ocurriría pensar que algún día, una de sus tataranietas, trataría de mirarles a todos ellos a la cara a través del tiempo recomponiendo sus vidas a partir de certificados de nacimiento, defunción y papelajos diversos, de los que todos vamos dejando a lo largo de nuestras vidas sin ser conscientes de ello.

Con mi generación se cierra para siempre nuestra rama de los Molinero de Valladolid. Sin duda habrá otras ramas con el mismo origen que hayan perdurado más, allá en tierras pucelanas; les deseo larga vida. La nuestra se corta aquí, y aunque apuesto a que muchos de nosotros les hubiera gustado propagar unas cuantas generaciones más nuestro apellido, no debemos apenarnos. Han sido muchas vidas provechosas; unas más afortunadas que otras, más o menos largas cada una, pero todas han merecido la pena. A ninguno de ellos olvidaremos.

Y tampoco podremos olvidar nunca dónde comenzó nuestra historia, en Valladolid, con una joven pareja de recién casados, comenzando su nueva vida en la calle de las Damas.

1 comentarios:

Tete dijo...

Buen día para el inicio de una larga historia. Año nuevo... ¡adelante con ello!

Publicar un comentario